México, entre el fin del mundo y el fin de mes*

Por: Daniel Flores Gaucin**

Resumen

Durante los primeros meses de la nueva gestión del gobierno federal ha quedado claro que el impulso a la explotación de combustibles fósiles marcará la agenda energética a lo largo del sexenio. Esto claramente implica serias repercusiones ambientales a tener en cuenta, sin embargo, el cambio climático como riesgo existencial tiene que ser visto dentro del contexto de una economía global y un escenario geopolítico internacional que se mueven en torno a los combustibles fósiles y que hacen imposible que este problema pueda ser resuelto a partir de los esfuerzos individuales de los ciudadanos o incluso de los países.

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A 6 meses de iniciada la gestión del nuevo gobierno federal a nadie debería caerle por sorpresa que se diga que el tema ambiental no es una prioridad para la nueva administración. Desde las declaraciones relacionadas con la llamada «soberanía en materia energética», hasta la construcción de la refinería de Dos Bocas y pasando por la escandalosa reducción de casi un 30% en el presupuesto de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, ha quedado más que claro que los encargados de administrar los recursos naturales de este país han decidido seguir depositando en el voraz consumo de los mismos, toda posibilidad de alcanzar cualquier tipo de prosperidad económica, o quizá sería mejor decir, de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).

Se trata de una convicción que hoy más que nunca resulta difícil de entender, y es que prácticamente todos los think tanks y organismos internacionales encargados de estudiar los problemas globales coinciden en señalar al cambio climático como uno de los más preocupantes por acarrear consigo varios riesgos que amenazan con deteriorar profundamente la vida de los seres humanos en este planeta e incluso con hacerla imposible. Por un lado, pareciera que el gobierno actual prioriza los problemas de México muy por encima de los problemas del mundo, como si el primero pudiera subsistir a la destrucción del segundo, pero, por el otro, cabe preguntarse: si el gobierno federal no prioriza los problemas del país que gobierna ¿quién lo hará? Nos enfrentamos pues a ese dilema cuya fórmula habría nacido en el contexto de los gilets jaunes (en español llamados «chalecos amarillos», es un movimiento social de protesta surgido en Francia a partir del descontento causado por un aumento en el precio de la gasolina y el diésel), la de tener que decidir entre el fin del mundo y el fin de mes, o si se prefiere, también se podría recurrir a la versión tropicalizada de esta fórmula auspiciada por el director general de Fonatur: decidir entre tener jaguares gordos y niños famélicos o lo contrario.

Esta es una cuestión bastante sugerente debido a la presunción de que enfocar recursos en un objetivo necesariamente implica descuidar el otro. Sin embargo, estos supuestos dilemas resultan engañosos ya que no tiene sentido procurar la salvación del mundo si para lograrlo es necesario sacrificar a los salvadores, mientras que el optar solo por llegar a fin de mes tampoco lo tiene, pues como habría escrito Ulrich Beck «mientras las riquezas se acumulan arriba, los riesgos se acumulan abajo, justo donde la vulnerabilidad a los mismos es mayor», por lo que preocuparse solamente por uno mismo resulta también en una decisión contraproducente. Es por ello que la solución a esto es por supuesto buscar tener ambas: llegar a fin de mes y evitar el fin del mundo, jaguares y niños gordos por doquier. Pero el mayor problema es que, contrario a lo que la gran mayoría de los comentaristas parecen asegurar, la respuesta al cómo alcanzar aquello no la tiene AMLO ni depende de México.

Para poder dar con esta respuesta es necesario observar cómo el problema del cambio climático nos arroja a una realidad de pronunciadas desigualdades entre países que son incluso más intensas que las económicas: las desigualdades en términos de emisiones. En ello radica el factor clave debido a que, en términos simples, se puede decir que el cambio climático es el resultado de cuán susceptible pueda ser el medio ambiente a la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en él.

A pesar de que en términos de emisiones, México es el décimo país más contaminante (tomando a la Unión Europea como una sola entidad) con una aportación de aproximadamente apenas un 1.68% del total mundial, se encuentra bastante lejos de los países más contaminantes, China y Estados Unidos, que aportan a la causa un 23.86% y un 14.36% del total de emisiones respectivamente.[1] Si se tiene en cuenta, además, que el último informe especializado del IPCC estima que para alcanzar la meta de evitar un calentamiento global de 1.5°C sobre niveles preindustriales es necesario que las emisiones cesen por completo en una fecha cercana al 2050[2], debería estar claro que, a menos que de manera coordinada, todos los países del mundo, pero sobre todo los grandes contaminantes, decidan abandonar la economía fósil, esta meta simplemente no va a ser posible de alcanzar, por más que México se vuelva el paraíso de las energías limpias.

No es que pretenda jugar al abogado del diablo y defender al gobierno federal en torno a estos temas, es todo lo contrario. Lo que me interesa es señalar que ningún esfuerzo individual, ya sea este de personas o países, podrá ser suficiente para lograr una mitigación del calentamiento global mínimamente aceptable mientras, por ejemplo, el 65% de la electricidad en el mundo sea producida a partir de combustibles fósiles (principalmente del carbón) y sea la generación de energía la principal responsable de las emisiones de GEI en la atmósfera con aproximadamente un 73% del total[3].

Con estos números a nivel global, mientras se viva en una ciudad o se disfrute de las bondades que ofrece la vida moderna, aquello de intentar borrar nuestra huella ecológica no pasará de ser una estratagema de autoengaño para poder conciliar el sueño, mientras se piensa que, de forma individual, se hace lo suficiente por el medio ambiente, o incluso más.

Lo mismo podría decirse de países como Noruega, por ejemplo, ya que, a pesar de no emitir altas cantidades de GEI al ambiente, posee una economía que depende tanto del petróleo que la mitad de sus exportaciones tienen que ver con derivados de este. Y aun cuando pudiera dejar de depender de una economía fósil, la contribución aislada de un país como Noruega (por más que se trate de una potencia petrolera) no sería suficiente.

Está claro que en términos ambientales todo esfuerzo suma y la conciencia ecológica resulta fundamental si es que de verdad se quiere alcanzar la meta, pero lo cierto es que para lograr cualquier progreso en términos de cambio climático es necesario que estos elementos estén encaminados a poner en movimiento los engranajes de aquellas estructuras políticas que los seres humanos hemos creado para nuestra protección: los Estados. La situación muy grave y urgente, conviene a no distraernos en aquellos acontecimientos que en el agregado no tienen mayor importancia, por lo cual es necesario ver la big picture.

Exigir a un país como México que renuncie en estos momentos a un recurso como el petróleo que, según la Ley de Ingresos para este año se espera aporte un 17.8% del total de los ingresos nacionales, o del aprovechamiento de un recurso como el carbón que es por mucho la principal fuente de electricidad en el mundo (casi en un 40%), resulta completamente desapegado de la realidad. En primer lugar, porque renunciar a ello sería económicamente muy costoso para el país y en segundo lugar porque esto no tendría ningún tipo de consecuencia significativa en términos de mitigación. Pero entiéndase bien, esto no significa que el gobierno mexicano deba quedarse de brazos cruzados mientras la comunidad internacional se decide de una vez por todas por comenzar a desmantelar la imperante economía fósil, solo significa que el problema del cambio climático es tan grande y tiene unas raíces tan profundas, que el principal frente desde el cual México puede verdaderamente hacer algo no es desde la SEMARNAT ni desde la Secretaría de Energía, sino desde la Secretaría de Relaciones Exteriores. Lo que pasa es que, lamentablemente, la batalla contra el cambio climático que se podía hacer desde el supuesto consumo ético o la defensa de los bosques y de los ríos, hace mucho tiempo que se perdió, y aún falta mucho como para que se pueda hacer algo significativo desde el desarrollo y la inversión en energías limpias que hasta ahora siguen siendo para los países en desarrollo apenas una oportunidad. Por ello ahora el campo de batalla se encuentra en las Conference of Parties (COP) organizadas por el UNFCCC.

Es en estos tipos de foros en los que el gobierno mexicano debe alzar la voz y unirse al grupo de países que desesperadamente claman por una mitigación efectiva que sea mucho más ambiciosa que lo estipulado en el Acuerdo de París, el cual, aunque se cumpliese cabalmente, podría llevar a un calentamiento global de 3.2°C (muy lejana de la meta de los 2°C, sobre todo porque no se está cumpliendo) que sería desastroso a nivel mundial.

Por ello, la cooperación internacional es la clave para alcanzar una verdadera transformación que salve a millones, mexicanos incluidos. Allí es donde tiene que ubicarse la principal exigencia que como ciudadanos debemos hacer al gobierno federal. Al respecto y por lo pronto, la próxima gran cita es en Santiago de Chile donde el próximo diciembre se llevará a cabo la COP-25. Tristemente, tampoco en este frente hay indicios como para ser optimistas, en la última COP, en Katowice, México envió una delegación minúscula y para colmo, este año se redujo el presupuesto de las dos dependencias de la SRE que son elementales a la hora de buscar fomentar la cooperación internacional: la Subsecretaría para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos y, en particular, la Dirección General para Temas Globales. Estas dependencias no solo tendrían que ver incrementado su presupuesto sino que deberían tener una preponderancia mucho mayor en el organigrama gubernamental pues cumplen funciones que deberían estar asignadas a una sola secretaría del ejecutivo.

Solo a través de la cooperación internacional será posible que esa elemental búsqueda por llegar a fin de mes no nos cueste a todos la llegada del fin del mundo.

*Este texto es una versión modificada de un artículo que ha sido agendado para su publicación en la web de la revista Foreign Affairs Latinoamérica. Para información adicional y/o comentarios, dirigirse con el autor.

**Estudiante de Doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid. Desde la teoría política, investiga sobre las implicaciones del fenómeno de la globalización y el reto que representan para la política, sobre los problemas globales como portadores de riesgos existenciales y sobre las repercusiones que de acuerdo con las teorías de la justicia podría llegar a tener la ausencia de una adecuada labor política sobre ellos.

Flores.gaucin@gmail.com

@kadenian

[1] Datos del World Resources Institute.

[2] IPCC, Summary for Policymakers. In: Global Warming of 1.5°C. An IPCC Special Report on the impacts of global warming of 1.5°C above pre-industrial levels and related global greenhouse gas emission pathways, in the context of strengthening the global response to the threat of climate change, sustainable development, and efforts to eradicate poverty, 2018, pp. 15-16.

[3] Datos de la International Energy Agency (IEA) vía The World Bank.

https://www.ceibal.edu.uy/es/articulo/el-aporte-de-plan-ceibal-los-objetivos-de-desarrollo-sostenible